Los psicólogos que nos dedicamos a temas de pareja nos pasamos la vida intentando que éstas no se rompan; la gente viene precisamente a eso a nuestras consultas.

Da la sensación de que es todo un fracaso personal y profesional que una pareja se separe, cuando, en realidad, muchas veces es una decisión fantástica que libera a los cónyuges de la pesada carga emocional que genera una relación tóxica.

Cuando la mejor opción es separarse

Desmitifiquémoslo: separarse no es malo; es de valientes. Ahora bien, quedan excluidos de este grupo que se atreve a dar el paso aquellos que se pasan la vida encadenando una relación con otra.

Quienes toman como hábito amoroso las relaciones pasionales que duran sólo unos meses hacen de la separación su modelo de vida; la desvirtúan y la banalizan como “especialistas en juntarse y separarse” que son.

No, los que verdaderamente tienen mérito al separarse son las parejas estables: aquéllas en las que sí hay (o hubo en algún momento) un compromiso duradero; en definitiva, una relación con mayúsculas.

Separarse está muy bien, sí, pero lo ideal sería que fuese la última opción

Tengamos en cuenta que si tras años de relación acabamos hartos de todo, del día a día, de la monotonía, de la manera de ser del otro, etc., lo primero que nos va a venir a la cabeza es mandarlo todo a la basura.

Pues bien, antes de dejarnos llevar por el impulso convendría hacer algunas cosas. Lo primero es hablar, pero hablar bien. Transmitir al otro lo que nos frustra y animarle a que haga lo mismo.

Una vez hablado todo (con eso no basta) hay que ponerse en la piel del otro, sentir lo que ocurre dentro del corazoncito de nuestra pareja.

Este “ponerse en la piel del otro” sirve para que las palabras no se las lleve el viento: se trata de la comunicación empática. No hay nada que una más a una pareja.

La otra cara de la moneda es que estas conversaciones empáticas han de convertirse en un proyecto de cambio, en un pacto surgido de la negociación.

Esto puede llegar a ser harto complicado, sobre todo cuando no hay hábito de hacerlo y la paciencia de los cónyuges está a la altura del betún.

Por eso aquí es cuando la figura del psicólogo de pareja se hace fundamental. Éste ayuda a desbloquear el proceso, a que fluya entre ambos la capacidad de hablar, empatiza y acordar.

Y cuando el momento llega…

Actúa. Para mantener una relación hay que tener un mínimo de ilusión; si no la hay, y ya te digo que aunque sea en cantidad mínima nos sirve, lo mejor es poner distancia de por medio.

Asimismo, lo ideal es que la separación, si uno no está completamente convencido de ello, es que sea de carácter temporal. Digamos que nos despedimos con un “hasta luego”.

Muchas veces esta fase transitoria ayuda a airear los malos humos acumulados con el tiempo y a ver las cosas desde otro punto de vista.

Ojo: esto no siempre es posible, sobre todo para las parejas que son más del estilo “si te vas no vuelvas”.

La separación transitoria pretende ayudar a que los cónyuges se den cuenta de si quedaba algo de ilusión por recuperar la relación, o de si por el contrario se prefiere poner punto final.

Si se opta por esto último no es el fin del mundo: con la adecuada actitud y el apoyo psicológico necesario, lo que en apariencia es un fracaso relacional puede tornarse en la mejor decisión de nuestra vida.

Fuente: http://www.elportaldelhombre.com/en-pareja/item/713-cuando-separarse-mejor-opcion