Algunas mujeres se ven más afectadas que otras. ¿Por qué son tan especiales los 40? Porque es el momento de hacer un balance y preguntarnos cómo vamos a vivir de ahora en más, y en la búsqueda de esas respuestas está lo mejor de esta etapa.

"El punto de quiebre no me quebró"

Ya había cumplido 40 años y lo había celebrado con una gran fiesta en la que hubo buena música, vinieron mis amigas de siempre y hasta pasaron un video que repasaba mi vida. Todo estaba tranquilo; yo no tenía señales de esas crisis que habían atravesado algunas de mis amigas... Pensaba que a mí no me iba a pasar. Yo, que era tan activa, tan positiva, estaba convencida de que no existían almanaques sobre la Tierra que pudieran conmigo. Pero un año después me llegó ese momento en el que una está como en la cima de una montaña y se pone a ver el camino que recorrió hasta llegar allí, y lo que queda por delante. Y en ese momento tuve una enorme sensación de vértigo.

De golpe aparecieron nubarrones que amenazaban con oscurecer mi vida y me agarraban sin paraguas. Porque hasta entonces yo no me había hecho grandes

planteos. Todo había pasado como lo esperaba: había

llegado a ser gerente de Producto en la empresa multinacional en la que trabajaba, tenía un marido al que quería e hijos maravillosos que crecían a mi lado. ¿Qué más podía pedir?

A diferencia de lo que les había pasado a algunas amigas cercanas, esta etapa de contradicciones y cuestionamientos no me pegó tan fuerte. No me pasó como a mi amiga Rosario, que se sentía al borde de una vida de soledad porque ya había pasado los 40 y no tenía pareja ni hijos. Tampoco me agarró la locura por cambiarlo todo, desde el color del esmalte de uñas hasta el marido. Ni se me ocurrió dejar mi casa para hacer un viaje de varios meses.

Mi crisis llegó dosificada. Fueron como señales que marcaron la llegada de una nueva etapa: ya no tenía tanto control sobre mis hijos adolescentes, hacían su vida y decidían por sí solos. Después, mi papá, que siempre me pareció eterno e invulnerable, sufrió un infarto.

Cada mañana me despertaba llena de preguntas. ¿Qué pasaría cuando los chicos se fueran de casa? ¿Tendríamos tema de conversación con mi marido? ¿Él también estaba en crisis? ¿Y que pasaría si su visión no era como la mía? Ya había dejado de ser una mamá gallina con sus pollitos atados a su cintura, tenía que dejarlos ir y la idea me aterraba porque sabía que quedaba un lugar vacío no sólo en la mesa, sino también en la cotidianidad.

No quería desandar el camino que había recorrido. Todo lo contrario. Mis preguntas miraban hacia el futuro. ¿Qué era lo que quería hacer con el resto de mis días? Por un lado, sentía que ahora me tocaba a mí, que ya no tenía que cumplir con todo lo que los demás esperaban que hiciera. Pero no era tan sencillo. Un día me levantaba con ganas de hacer el curso de decoración que siempre había querido hacer, y al día siguiente, todo me parecía ridículo. Creía que ya estaba grande para estar sentada en un banco de facultad rodeada de chicos que podrían ser mis hijos. Otro día me daban ganas de empezar a aprender a tocar el piano, pero más tarde me convencía de que las manos y la memoria no estaban frescas para aprenderme una sonata de Beethoven.

Muchas veces me quedaba con la mirada perdida frente al espejo. O me sumergía en mis pensamientos tratando de entender porque me invadía ese sentimiento de vacío. No había ningún problema serio. Era sólo la sensación de que ya nada iba a estar bien.

Con el tiempo, las fichas empezaron a acomodarse. No fue porque pateé el tablero. O porque me convertí en una espectadora de lo que estaba por venir. Me convertí en protagonista de esta nueva obra. Una que yo iba escribir con tinta fresca. No me anoté en la carrera de Letras como había querido, pero sí en un taller literario, planifique un viaje con mi marido para ver si podíamos redescubrir todo lo que nos había enamorado, aprendí a soltar a mis hijos sin dejar de cobijarlos, hablé con mis amigas a corazón abierto.

El punto de quiebre no me quebró y donde sólo había incertidumbre empezaron a verse nuevos horizontes, nuevas posibilidades, nuevos rumbos. En fin, una nueva vida a la que podía acceder sin tener que tirar por la borda todo lo que ya había pasado. Hoy, a los 49 años, muchas de esas respuestas se convirtieron en cambios personales: dejé mi trabajo en la empresa para inciar un emprendimiento con mi hermana, visito a mi hijo en su departamento porque vive solo, mi pareja sigue adelante y espero con ganas que llegue el momento de escribir la próxima página.

"Bienvenida la crisis"

A los 40 también llega la oportunidad de tener nuevos proyectos, desarrollar nuestro interior y dejar huella.

Mucho se ha hablado de ella, pero la crisis de los 40 no tiene nada que ver con poner un cero al lado de un cuatro; porque si así fuera, al cambiar el cero por un uno se acabaría el problema. Puede ser a los 30 y pico o a los 40 y pico –depende de la vida de cada una–, pero es cierto que en algún momento sentimos que estamos a mitad de camino y que es hora de replantearnos algunas cuestiones. Para algunas será una crisis dura y para otras no tanto. Las que ya la vivimos sabemos que a veces cuesta transitar este momento, cuando de un minuto a otro pasamos de sentirnos jóvenes a empezar a darnos cuenta de que el tiempo transcurre, que las arrugas aparecen y que el físico que daba para todo ya no se siente igual. Vivamos la situación que vivamos, estemos en las circunstancias que estemos, con o sin hijos, separadas, en pareja, con trabajo o como amas de casa, existen sentimientos que pueden aflorar en esta etapa de la vida: depresión, tristeza por ese tiempo que ya no vuelve, en algunos casos desesperación por estar más lindas y querer detener el paso de los años, deseo de cambiar de profesión, de separarse, de tirar las cartas y armar todo de nuevo. Y puede ser que no nos pase nada de esto. Por una u otra razón, "a todas les pega diferente".

La mitad de la vida es un quiebre que para la doctora en Filosofía Paola del Bosco puede representar la oportunidad para crecer espiritualmente, abrirse a un camino nuevo y desplegar sentimientos y habilidades que quedaron alguna vez en el tintero: "La crisis de los 40 puede ser una oportunidad para crecer si vemos las cualidades que fuimos adquiriendo a través de los años y nos lanzamos a pensar cómo nuestro paso por la tierra puede ser significativo para otros", explicó durante una entrevista con Sophia.

¿Existe una crisis de los 40?
Algunos científicos, cuando empezó el siglo, hace diez años, llegaron a la conclusión de que las mujeres de hoy en día se tienen que descontar quince años, por comparación con aquellas de hace cien años. Por lo tanto, la mujer que tiene ahora 50 años es como si tuviera 35. En ese sentido, tenemos quince años más de juventud para disfrutar, porque hay una visión mucho más positiva de las capacidades femeninas. Las mujeres se cuidan más, comen mejor, están menos encerradas y se realizan personalmente. Hay mayor vitalidad y más proyectos. Hoy las mujeres sienten que hay mucho más por hacer. Se sienten más vitales, más vivas, con más ganas.

Sin embargo, la crisis nos sigue pesando...
Porque los 40 siguen siendo una especie de sentencia, donde se sienten todas las cosas que han quedado en el camino. Es un momento de balance, donde queremos obtener resultados. Pero es menos grave que antes, porque hay más etapas para vivir. A los 40 años, muchas mujeres tienen los hijos escolarizados y vuelven a la carrera universitaria, retoman las actividades que eligen y no las que simplemente "deben" hacer. En otros casos, sienten que suena el reloj biológico y deciden apostar a la maternidad.

Pero en todos los casos hay un balance...
Sí, generalmente hay un balance. Pero habría que ayudar a las mujeres a que miren todo lo bueno que hicieron, lo positivo. Quizás una persona amiga o un profesional puede ayudarnos en esta revisión. Es mucho lo bueno que hemos adquirido hasta esa etapa de la vida, hemos crecido como personas, conocemos mejor nuestro temperamento, tenemos un mejor manejo de nuestra parte emocional y, además, somos más dueñas de nosotras mismas y, por lo tanto, más libres. En definitiva, es mucho lo positivo para rescatar. También aprendemos a ser más pacientes y a darnos cuenta de que el factor tiempo es fundamental, que no hay que apurarse, que es bueno estar conectadas con nosotras mismas, ser coherentes. A medida que fuimos creciendo, hubo un crecimiento interior del cual quizá no fuimos conscientes, porque sucedió día tras día. Sin embargo, seguro que dio sus frutos y vale la pena valorarlo. Sólo en estas etapas contundentes, como los 40 y los 50, uno se anima a mirar dónde está parada.

Muchas mujeres a partir de esa edad empezamos a notar las arrugas; otras empiezan a querer hacerse cirugías como una forma de no ver por dónde realmente viene la crisis...
Vivimos en una sociedad en la cual los signos del éxito son más bien externos. Por ende, el envejecimiento, las arrugas, la gordura o el paso del tiempo atentan contra nosotras. Cuando hacemos caso a estos imperativos, donde la belleza y el éxito pasan a ser lo más importante, lo podemos pasar muy mal. Se ha reemplazado la ética por la estética. Como dice Giles Lipovetsky en La tercera mujer, la belleza femenina se ha transformado en una obligación; el mensaje es "Tenés que cuidarte". Si a los 40 tomamos en cuenta el mandato de la estética como un valor, vamos a sufrir.

¿Cómo podemos vivir bien este momento?
Si uno hace un balance, es porque se pregunta sobre el sentido de la vida, no sólo sobre las arrugas y la panza. Se pregunta qué sentido tiene vivir, qué significa ver crecer a la otra generación, ya que coincide con la pubertad de los hijos. Esto quiere decir que hay otros que se están haciendo adultos, por lo que uno da lugar a la otra generación. Uno siempre piensa que es la versión verdadera. A nuestro alrededor están los viejos, los niños y uno mismo. Con el comienzo de la pubertad de los hijos, el adulto tiene la prueba contundente de que las generaciones pasan, uno va pasando de categoría. Si no nos preguntamos esto, el sentido de la vida puede ser muy desconcertante, podemos sentir la tentación de mantenernos siempre en la misma generación y esto podría ser un gran problema que, a la larga, puede causar mucho sufrimiento. Como soy creyente, estoy convencida de que la respuesta ante esta crisis y este pase de categoría es entender que "existo para dar cosas" y hacerse preguntas como ¿qué he hecho de mi vida?, ¿quién se benefició con mis acciones? Si uno tiene alguna respuesta positiva, quiere decir que va por buen camino. El problema es cuando no encontramos respuestas y sentimos que nadie se benefició con nuestra existencia. Insisto en el concepto de que "otro" se haya beneficiado, porque uno no es autónomo.

¿Lo espiritual es básico, entonces?
Pesa muchísimo y es el camino para salir de la crisis. En esta etapa nos empezamos a preguntar cosas más profundas, porque hasta las debilidades de lo físico nos dan señales que tenemos que mirarnos para adentro. Las cosas no salen tan bien como antes. La persona que practica deportes empieza a sentir más fatiga, y la pregunta que sería bueno hacerse es si sólo estoy empeorando o, en realidad, estoy mejorando en otros aspectos. Eso te da esperanza. Cada generación tiene su función. A los 40, también, muchas veces nos damos cuenta de que en cuanto a la vida física, tenemos fecha de vencimiento. Por eso, está bueno pensar si estamos llenando de algo significativo nuestro paso por la tierra. Lo más fácil y rápido de mirar es si tenemos plata, un lugar prominente en lo laboral, pero esto no significa nada. Cuando el sentido pasa por lo espiritual, no tenemos ninguna categoría especial. No importa ser jefe o no ser jefe, sino ser una buena persona; y que para otros sea una bendición tenernos cerca.

¿Qué es, sin embargo, lo primero que evalúa la mujer hoy?
Su cara, su cuerpo, su ropa; entra en una fiebre comparativa con los otros en distintos aspectos, como lo físico o lo monetario. Y se juzga. Esta actitud no lleva a ningún lado. Si nos miramos a nosotras mismas, y no a los demás, podemos incluso volver a esas cosas que en las cuatro primeras décadas no nos animamos o no pudimos hacer, y lanzarnos. Un ejemplo: terminar una carrera o emprender algo solidario utilizando nuestras energías para ayudar a aquellos que tienen menos recursos. Podemos participar del bien común a través de personas cercanas u organizaciones. También es importante revitalizar la relación con el marido. Los 40 son una etapa que puede ser mucho mejor y muy enriquecedora. Podemos recoger el beneficio del encuentro después del período rico pero arduo de la crianza de los hijos, en donde quizá no cultivamos la relación, y veinte años después, como en muchos casos, nos encontramos con un desconocido. Conozco muchas parejas que se separaron después de veinte años y con varios hijos, y me pregunto: ¿Qué hicieron durante esos veinte años? ¿Adónde estaban?

¿En los varones la crisis es igual?
En ellos está más relacionada con lo laboral. Algunos se quedan en los mandos medios y otros dan el salto, pero los que se quedaron en la primera categoría, aquellos que perciben que no van a crecer más en su carrera, sienten un impacto muy fuerte. Algunos reaccionan de manera positiva y otros no. Muchos emprenden una consultoría o un proyecto con amigos, porque sienten que les sobra energía. En ese momento hay una pregunta fuerte acerca de hacia dónde va la propia carrera.

¿Es positiva la crisis?
Claro que sí, porque significa que hay que cambiar algo. Por alguna razón nos encontramos con un punto de interrogación que nos obliga a reestructurar. Interpretar crisis como si fuera un anticipo de la muerte es un error, porque detrás de la crisis hay una reorganización personal. Cuando uno supera la crisis y vuelve a encontrar sentido a lo que hace, vuelve a salir con mucha más fuerza, pasa a un nivel superior fortalecido. Así, uno mira la vida con sabiduría. Los 40 años podrían ser el comienzo de una etapa más sabia. Entonces, bienvenida la crisis.

Madurar en una sociedad inmadura. Por Bernardo Nante

Los valores que rigen nuestra vida no son aquellos que enunciamos, sino aquellos que vivimos de corazón. Nuestros verdaderos valores surgen de los intereses que mueven nuestras acciones, palabras y pensamientos. En síntesis, nuestra vida moral y espiritual no se define porque paguemos nuestros impuestos o porque no robemos, sino por la índole de nuestro compromiso. Basta observar que por lo general la vida contemporánea parece movida por razones meramente utilitarias o hedonistas, por la búsqueda exclusiva de aquello que es útil o inmediatamente placentero. El hombre contemporáneo, sometido a tal frivolidad, intenta negar el paso del tiempo y se apega a una juventud ilusoria, a una interminable adolescencia. Jung señaló que, más allá de nuestras intenciones conscientes, cuando llega la "mitad de la vida", entre los 35 y 42 años aproximadamente, la misma psique, a través de una crisis muchas veces angustiosa, reclama un balance y una resignificación de la vida pues avizora el fin. Debería nacer aquí la conciencia de un sabio envejecimiento, pleno de una juventud interior que no se deteriora por el paso del tiempo y que posibilita el descubrimiento de un verdadero compromiso con el mundo, el prójimo y la trascendencia. Por cierto, la sociedad actual ofrece innumerables cantos de sirena para evitar el verdadero compromiso que nuestro interior reclama; actividades, productos, medicinas, cirugías, divorcios, cambios laborales y, asimismo, falsas espiritualidades New Age velan a menudo con mantos de tibieza un verdadero cambio. Esta crisis, que se renueva una y otra vez, es un llamado a ahondar en nuestro interior para entregar lo mejor al prójimo y a la vida. Tal compromiso es un modo más hondo de vivir que hace de mi vida una fibra de esa red solidaria que sostiene al mundo y contrarresta el utilitarismo y el hedonismo egoísta. Aceptar ese llamado de la vida es una respuesta madura para transformar una sociedad inmadura que ofrece frivolidades y entrega un angustioso vacío.

Dueños de nuestra vida.

Por Sergio Sinay

La llegada de los 40 es la ocasión perfecta para hacerse algunas preguntas: ¿Estoy siendo lo que quiero ser o lo que se espera que yo sea? ¿Estoy viviendo la vida que quiero vivir o la que otros quieren que viva? Y en el rubro "otros" entran los jefes, los hijos, la pareja, los padres, los amigos...

En esta evaluación, seguramente nos daremos cuenta de que nos quedaron asuntos pendientes. Pero en esos casos, lo mejor que podemos hacer es reconocer que todos somos imperfectos y animarnos a tener vidas perfectamente imperfectas, siendo protagonistas de nuestras elecciones y de lo que nos toca.

Esto también quiere decir que vamos a crear vínculos perfectamente imperfectos con otras personas imperfectas. Justamente esa imperfección es la que nos mantiene despiertos y deseosos de lo que viene. Porque la verdad es que si todo fuera ideal, la vida sería un plomazo: no habría expectativas, esperanzas, proyectos, nada para agregar, para mejorar o para explorar.

Los 40 son un buen momento para plantearse la vida de esta manera, porque uno ya no es tan joven como para estar urgido por las hormonas de la adolescencia y probablemente ya hayamos cumplido con muchas expectativas. También es probable que hayamos dejado insatisfechas a otras personas, pero ése ya es un problema del que se quedó insatisfecho.

Entonces, es el momento de dejar una vida que fue diseñada por otros, que transcurre en espacios existenciales "alquilados" o "prestados", para hacerse propietario de una existencia con recursos propios. Para eso son buenos los 40.

Los seres humanos nunca estamos hechos del todo y a cada etapa de nuestra vida corresponden nuevos recursos que están siempre conectados con vivencias anteriores. Yo creo que si le preguntamos a alguien "¿Qué sos?", es posible que no sepa qué responder porque la verdad es que "estamos siendo". "Estoy siendo una persona de tal edad", "Estoy siendo un padre de un hijo de tal edad", "Estoy siendo alguien que se está dedicando a esto y se está sintiendo de tal manera". Y los 40 son un eslabón en esa cadena de ir siendo, de ir haciendo, y de ir eligiendo.

Hasta esta década hay muchas obligaciones por cumplir: formar una familia, elegir una profesión, definir dónde vamos a vivir. En la segunda mitad de la vida, lo que se ofrece es la posibilidad de tener experiencias realmente elegidas.

Visto de esta manera, los 40 son el comienzo de la parte más madura de la vida que incluso puede cargar de sentido a los años anteriores.

Hoy una persona vive alrededor de 80 años. A los 40 queda mucho por vivir, con recursos que no teníamos cuando éramos más jóvenes. Es una edad en la que uno empieza a tener experiencias y a definir qué hace con las cosas que ha vivido.

Creo que es una edad para celebrar, para recibir con expectativa, con alegría y con agradecimiento. 

Fuente: elsolonline